viernes, 22 de mayo de 2009

Estuve tomando un café con una mujer bejarana de exquisita elegancia y apellido catalán. En la conversación, que tuvo distintas paradas de la historia y la sociología bejarana, hicimos un repaso de aquellos profesionales del textil que comenzaron a llegar a Béjar cuando se puso en marcha la Thesa y que después se fueron quedando y se fueron quedando hasta hacer una colonia que en la mitad del siglo tenía sus propias fiestas y hasta una reproducción de la Moreneta (obra, creo recordar, de González Macías) en la iglesia de San Juan. Muchos de ellos, o sus descendientes, siguen entre nosotros. Sus apellidos son fáciles de detectar en una guía telefónica. Hace tiempo que había reparado en la importancia de ese colectivo humano que vino de lejos, del otro confín de España, para aportar sus saberes a la industria bejarana, como a finales del siglo XVII lo habían hecho aquellos extranjeros que vinieron de Flandes y Valonia y pusieron en pie la que ha sido nuestra industria principal durante tres siglos. A estos se les dedicó una calle, y no hace tanto, al conmemorar el tercer centenario de su llegada, hubo homenajes, y hasta un bello libro en forma de viñetas dibujadas por Pepe Muñoz Domínguez. Al colectivo catalán, sin embargo, se le ha ingnorado por completo. Está por estudiar su aportación a Béjar, que no fue poca. Incluso alguien tan bejarano y tan nacional como Juan Muñoz García en 1961 tradujo al castellano una obra poética, El cartero Hölboll, escrita en su idioma catalán por un fabricante radicado en Béjar, Juan Trías Fábregas. Qué diferencia con el desdén, por no decir otra cosa, con que se despreciaba lo catalán no hace mucho en Béjar, a cuenta de la tramitación parlamentaria del nuevo Estatuto del Principado o a cuenta del errabundo asunto de los papeles del Archivo de San Ambrosio. Me pregunto cuándo va a haber un reconocimiento y un homenaje a todo lo que las gentes de Cataluña que se vinieron a vivir a Béjar nos aportaron.

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