sábado, 9 de junio de 2012

Llamas de plata

A eso de la medianoche, fervorosa hora de abrir los libros secretos y misteriosos, una treintena de catecúmenos nos reunimos el jueves pasado en ese pequeño teatro cercano, doméstico, casi conyugal que es el templo de La Alquitara, para escuchar desde el altar del escenario cómo Luis Pastor desgranaba sus poemas y canciones en un concierto que más que íntimo fue susurrado, casi de cristal, por momentos a capella, cuyas palabras revoloteaban y se posaban en los oídos desde la claridad del aire ahora sin humos, aire intacto que apenas vibraba porque las canciones eran dichas con tanta delicadeza que parecíamos estar escuchando la buena nueva.

Abotargados como estamos por el pedal fijo de la radiofórmula, dejarse sumir por canciones que parecen traídas de otro mundo resulta un ejercicio de voluntad al que cuesta esfuerzo llegar. Más de cuatro de los espectadores estábamos allí por las reminiscencias de ese otro mundo, el mundo del que venimos, el mundo de aquel tiempo de la Transición en el que la música era un arma para transformar la vida y descubrir otros territorios, los que solo se llega a través de la poesía y la conquista. Me inicié entonces en Luis Pastor, pero en un concierto universitario que dio al alimón con los portugueses Sergio Godinho y Fausto mediados los setenta yo me quedé prendado de la música lusitana de este último y corrí en pos de él, dejando atrás a quien me lo descubrió. Veinte años después Fausto espació tanto sus discos que no pude encontrarlo sino en las canciones nuevas de Luis Pastor, cuyos discos, lejos de la industria, son obras hechas por mano de orfebre, la lírica más emotiva en estos tiempos de fárragos sin respiración.

Que en medio de la noche bejarana, alumbrados por una llama de plata, a lomos de una estrofa se pusiera a cantar en catalán, después de haberlo hecho en portugués, mientras nos íbamos del valle del Jerte al mestizaje de Lavapiés, de la renuncia al oropel a la denuncia del desvarío del mundo, de la nostalgia al optimismo, de los recortes en educación y sanidad al desmantelamiento de la cultura, que en mediod e la noche bejarana nos pusiera el corazón en llamas, no puede ser otra cosa que un gesto de la esperanza, que aun respira entre los matorrales.

Luis Pastor es esa llama de plata que todavía incendia las ganas de hacer un mundo mejor, precisamente ahora que la penuria extiende su manto de sombras. Ayer cerró sus puertas en Béjar el Contenedor de Arte No Te Salves, un fogonazo de esa cultura abierta, libre y renovadora que viaja en islas, sin llegar nunca a tierra firme. Cuando se despedía, Luis Pastor, naufrago de esas islas, dio las gracias a La Alquitara: “Por resistir”.

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